Se cumplió un mes desde que Chile entró en una de las crisis sociales y políticas más profunda de su historia, pero no estamos solos. También nos acompaña Colombia, Perú, Bolivia, Ecuador, Líbano, Cataluña, Hong Kong, EEUU, Inglaterra y el Brexit, entre otros. Si bien todas son ligeramente distintas en la superficie, sí tienen un denominador común: descontento social con el sistema y la desigualdad.
Pero no estamos solos en este grupo tampoco, al menos no por mucho tiempo. Desde hace algunos años que el multibillonario Nick Hanauer viene advirtiendo sobre las consecuencias de la inequidad entre su grupo de “amigos plutócratas” (como los llama en una famosa charla TED) y el resto del mundo. Así como también Ray Dalio, otro superbillonario y referente de la industria financiera, quien escribió hace pocos días un lapidario artículo donde ofrece 4 argumentos de por qué cree que Estados Unidos, y el mundo como consecuencia, está al borde de un profundo cambio de paradigma social.
Sucede que se están conjugando ingrediente clave para desatar un desastre social; la deuda global agregada superó los 60 trillones de dólares, su máximo histórico; la diferencia de riqueza entre el 1% más rico y el 20% más pobre está en su punto más alto desde que se lleva registro; la gente se está endeudando para pagar su salud, educación y, peor aún, alimentos; a lo que se le suma múltiples crisis humanitarias y migraciones masivas alrededor del mundo; además de una polarización extrema en la política global, principalmente producto de la manipulación de la opinión pública a través de redes sociales y medios de comunicación, afectando lo único que nos hacía sentir que teníamos alguna palanca para influir sobre nuestro futuro: nuestra democracia.
Así, ya habemos varios países en crisis, y los que no han entrado están al borde.
Y el problema no es que se viven tiempos difíciles, eso es evidente, sino las consecuencias económicas de que estemos todos al borde del colapso. Porque cuando mi país entra en crisis y el país donde me habría refugiado en condiciones normales está al borde de la crisis, ¿Dónde me refugio? ¿Cuál es mi vía de escape para no perder el valor de mi riqueza, mi patrimonio, mis ahorros?
El problema subyacente es que los cimientos fundamentales sobre los que está construida la economía global están fracturados, y cualquier sistema que construyamos sobre estos están destinados a caer. Necesitamos un nuevo paradigma económico, porque el actual nos fue útil hasta ahora pero ya no da para más, y por mientras lo encontramos estaremos inmersos en una inestabilidad sin precedente. Necesitamos un refugio, urgente.
¿Será este refugio el oro nuevamente, o habrá ahora algo menos tradicional y más del siglo XXI?
Hace 10 años nació Bitcoin, una nueva forma de dinero que permite transferir valor económico por internet, a una fracción del costo y tiempo de una transferencia tradicional, y que no requiere pasar por intermediarios. De hecho, en septiembre recién pasado hubo una transacción por 94.500 bitcoins, equivalente a más de USD $1 billón en ese minuto, que costó $600 USD en comisiones a la red (0.00006%) y tomó 10 minutos en confirmarse. Es tan revolucionario, de hecho, que es vista con recelo por la industria financiera tradicional, aunque en los últimos años han ido cambiando de opinión.
Sin ir más lejos a comienzos de este año, Fidelity, una de las administradoras de fondo más grande del mundo, con $2.7 trillones de USD administrados, lanzó un servicio de custodia y compraventa de Bitcoin. Y hace sólo unos meses, Intercontinental Exchange, la empresa detrás de bolsa de Nueva York (NYSE), lanzó Bakkt, una bolsa de futuros de la misma criptomoneda. Ambas sumándose a una larga lista de clásicos de la industria financiera que ven en Bitcoin una oportunidad de sumarse a lo que bien podría ser el nuevo orden financiero mundial. O al menos el nuevo refugio de valor. Uno que posee las características que hicieron del oro el metal ganador, pero sin las desventajas que lo volvieron prácticamente obsoleto.
Porque al igual que el oro, Bitcoin es escaso por diseño, “eterno”, y perfectamente divisible. Pero, a diferencia del oro, dividir un bitcoin no requiere esfuerzo físico, se puede transferir por internet, y puede guardarse en un papel o un pendrive, sea 0.0001 bitcoin o el equivalente a 1 billón de dólares. Todo esto, sumado a que su funcionamiento no depende de ningún gobierno, empresa ni persona, hace de este un candidato a transformarse en el oro del siglo XXI, o así lo piensa Draper, Andreesen y Horowitz, tres de los inversionistas de riesgo más exitosos de Silicon Valley y el mundo.
Cuando el mundo se vuelve irremediablemente digital, parece tener sentido buscar un refugio que habite el mismo espacio.
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