Por qué ya no ahorro en pesos
Cuando conocí Bitcoin el año 2013 no entendí muy bien qué era ni para qué servía. Lo que recuerdo bien es que esa incomprensión se transformó en curiosidad, y la curiosidad se convirtió rápidamente en fascinación. Siendo el computín de mi familia y grupo de amigos, tomé como misión explicarles esta tecnología tan extraña, intentando compartir algunas ideas que se me atoraban en la cabeza. Y aunque trataba, no lograba transmitir el mensaje, no por falta de ganas, sino porque Bitcoin es algo tan distinto a todo lo que hemos conocido que cuesta encontrar algún nexo desde el cual hacer sentido.
Afortunadamente, y después de muchos intentos fallidos, di con una idea que me sirve para explicar una de las perspectivas de esta nueva tecnología, que aquí te quiero contar. Hoy, cuando me preguntan: “Oye, ¿pero cuál es la novedad de Bitcoin que hablas tanto sobre eso?”, me gusta responder: “Lo que pasa es que Bitcoin es algo así como que hayamos descubierto el oro digital: un nuevo tipo de material informático, que nunca antes habíamos conocido y que nos permite hacer cosas muy útiles hoy y otras que todavía no imaginamos”.
¡Chan! Déjame ir bastante más atrás para explicarte el punto.
El oro como representación de valor
Durante siglos la humanidad ha usado todo tipo de objetos escasos y difíciles de copiar para realizar transacciones comerciales: piedras con formas extrañas, pieles, conchas y metales difíciles de encontrar como cobre, aluminio y oro.
Lo que comparten estos materiales es que han sido escasos en el momento en que se han usado para transacciones comerciales, por lo que sirven para representar la cantidad de recursos limitados que deben ser asignados frente a necesidades infinitas.
El caso del oro es llamativo, porque ha permanecido durante siglos como el almacén de valor más popular, trascendiendo idiomas, gobiernos, naciones e imperios. Si piensas un poco qué es lo que ha hecho que el oro haya sido una representación de valor tan universal y duradera te darás cuenta que tiene una propiedad interesante: es naturalmente escaso, lo que significa que la cantidad de oro existente es un hecho dado por la naturaleza y no depende de la voluntad de alguna persona o institución. Es decir, nadie puede inventar oro de la nada y de esta manera el precio no depende de cuánto oro alguien pueda “fabricar” (porque es extremadamente difícil de fabricar), sino que es el mercado y la demanda por oro lo que determina su valor. Esto es muy interesante: la cantidad de oro no depende de un banco o país, y por lo tanto su valor no depende de la existencia de estas instituciones.
Por algo el oro es lo que se denomina un refugio de valor, y cada vez que los mercados colapsan, o las políticas internacionales comienzan a tambalear, su valor comienza a subir.
Un mundo sin oro
¿Te has puesto a pensar en lo fácil que es mandar un e-mail a cualquier persona en el otro lado del mundo en comparación con lo difícil, lento y caro que resultaría enviarle dinero? A casi medio siglo de la invención de Internet es bastante absurdo, ¿no crees?
La explicación a esto comienza con que en el mundo digital no conocíamos nada equivalente a un material escaso que pudiera ser usado para representar valor: es demasiado fácil copiar cualquier cosa digital con sólo tener acceso a ella. Esto es lo que se conoce como el problema del doble gasto: si, por ejemplo, usáramos fotos de gatos como monedas, te sería muy fácil copiar y duplicar la foto de tu gato cuantas veces quieras y convertirte automáticamente en “millonario”.
¡Pero si yo he hecho transferencias bancarias en internet desde hace varios años! ¿Acaso eso no es transferir valor digital?
No realmente. Lo que pasa es que, a falta de un material digital naturalmente escaso, lo único que habíamos podido hacer es generar un complejo sistema de “fichas” (que llamamos monedas), donde entregamos la responsabilidad de mantener el número total de ellas (y por tanto su valor) a algunas instituciones como el banco central de tu país y al banco donde tienes tu cuenta.
Muy resumidamente: cada banco central controla la cantidad de fichas que crea y entrega a los bancos para que, a su vez, estos emitan otras fichas que entregan a sus clientes en forma de saldo en las cuentas bancarias. Y esto es importante recordar, porque lo que aparece como saldo en tu cuenta del banco ni siquiera son las fichas originales que entrega el banco central (la moneda de tu país), sino que es sólo una promesa de que entregará esa cantidad de monedas cuando se lo pidas.
Si te fijas, es un esquema extremadamente complejo e ineficiente porque es un sistema de dos capas muy frágiles a las cuales les entregamos demasiada confianza:
A nivel banco central de cada país:
- Tienes que confiar en que no va a emitir fichas (monedas) descontroladamente, dejándote con un porcentaje cada vez menor de participación en la economía. Piensa en el caso de Zimbabwe y su billete de 100 trillones de dólares, o más cerca, con lo que ha pasado con Venezuela y su hiperinflación.
- Tienes que confiar en que de la noche a la mañana no va a desconocer cierto tipo de fichas que emitió, como acaba de suceder con India.
A nivel banco:
- Tienes que confiar en que tu banco llevará un registro honesto de la cantidad de fichas que emite en relación a las que recibe de los bancos centrales, y que no inventará fichas digitales de la nada.
- Tienes que confiar en que tu banco realizará fuertes inversiones en seguridad y auditoría para que nadie pueda alterar su contabilidad de fichas o utilizar fichas que están a tu nombre.
- Tienes que confiar en que mañana el banco seguirá existiendo, y que, si sigue existiendo, cumplirá con su promesa cuando quieras transformar tu saldo en monedas. Algo que no siempre pasa como lo recuerda el no tan antiguo caso del corralito argentino, o más recientemente el caso del corralito en Chipre.
- Como tus fichas sólo existen como información en la base de datos de tu banco, tienes que obligatoriamente utilizar su infraestructura (página web o app) para usarlas.
La verdad es que el estado actual de las cosas es bastante absurdo: necesitas pagar a alguien para que almacene valor a tu nombre, en forma de fichas que él emite y que a su vez representan fichas que emite un banco central. Y donde la única forma de usarlas es pasando necesariamente por tu banco. O sea, no puedes tener ni usar dinero digital si no tienes un banco.
¿Por qué no poder almacenar y transferir valor directamente entre personas y empresas en el mundo digital?
Bitcoin: el material digital naturalmente escaso
Toda la complejidad anterior es producto de que la escasez del dinero digital de tu banco es artificial por lo que, cada vez que queremos utilizar las fichas, tenemos que hacerlo a través de un intermediario que garantice que esta escasez se mantenga. Es decir, la única manera que conocíamos de hacer que la cantidad total de “fichas digitales” fuese limitada era entregando la responsabilidad de llevar la cuenta de todos los saldos a instituciones autorizadas para ello (que llamamos banco), quienes lo logran registrando el total de fichas y todas las transacciones en una base de datos fuertemente resguardada y auditada bajo su control. Y, a su vez, cada banco utiliza una cuenta en el banco central de cada país, quien usa una base de datos bajo su control para llevar el saldo de fichas emitidas por él que debiera tener cada uno.
Cuando Satoshi Nakamoto, seudónimo bajo el cual conocemos al creador de Bitcoin, publicó su idea el año 2008, lo que buscaba era una manera de evitarnos todas estas complicaciones de intermediarios y fichas a través de la existencia de algo similar a un metal precioso como el oro, pero en el mundo digital. En otras palabras, un elemento digital naturalmente escaso y, por lo tanto intercambiable directamente entre personas, sin necesidad de confiar en un tercero e inmune a decisiones arbitrarias.
El problema es que decirlo es más fácil que hacerlo. Porque piénsalo bien... ¿cómo hacer algo digital —y por lo tanto fácil de copiar— y al mismo tiempo escaso? ¡Suena como una contradicción!
Y es exactamente ésta la genialidad de Bitcoin, ya que logra resolver esta aparente contradicción no a través de emitir algo digital demasiado raro como para ser copiado (lo que efectivamente es imposible), sino que a través de llevar una base de datos pública y descentralizada, en la cual la veracidad de la información se mantiene gracias a un mecanismo abierto que mezcla capacidad de procesamiento, matemática y teoría de juegos. De esta manera la cantidad máxima de Bitcoins que pueden existir, la cantidad de Bitcoins que hay en circulación y la cantidad de Bitcoins que cada cuenta posee son hechos públicos e irrefutables que no dependen de la voluntad de alguna persona o institución, por razones similares por las que 2 + 2 es 4 sin importar el color de tu piel, el gobierno de turno o el país en el que te encuentres.
Así la escasez de Bitcoins no depende de ninguna persona, institución o país, resultando en un “material” naturalmente escaso como el oro, pero con las ventajas de ser digital.
A los primeros entusiastas Bitcoin, les gustaba guardar coleccionables con la frase “Vires In Numeris” o “Fuerza en los Números”, refiriéndose a que el valor de Bitcoin se sustenta en la matemática y no en la confianza en una institución. (fotografía de Zach Copley)
¿Y ahora qué?
En el momento en que escribo estas palabras, Bitcoin está dando que hablar por ser el commodity de mejor rendimiento del año 2016 y por estar coqueteando con el precio de 1000 USD por cada Bitcoin.
Sin embargo, y a pesar de que mucha gente se entusiasma por su precio y por apurarse para “ganar fichas de su banco” mientras sube (lo que es legítimo intentar), creo que presenciamos algo que va mucho más allá de los locos vaivenes de precio.
En primer lugar me gusta pensar que lo que está pasando no es que el precio del Bitcoin sube, sino que son las fichas emitidas por los bancos centrales las que van perdiendo su valor frente a un activo que no puede ser manipulado ni censurado, y que puede ser transado sin intermediarios a lo largo y ancho de Internet. Y que, a diferencia de un “peso digital” que sólo existe en la base de datos del banco central de tu país (y al que no puedes acceder directamente), un Bitcoin puedes poseerlo tú, directamente, sin necesidad de ningún intermediario, sin necesidad de confiar en que tu banco responderá cuando quieras canjear sus fichas o que mañana seguirá existiendo. ¡La verdad es que ni siquiera necesitas confiar en que tu país seguirá existiendo!
Evolución de cuántos Bitcoin se pueden comprar con 1 dólar. El cambio ha sido tan radical que es necesario usar una escala logarítmica para comparar distintos precios en el tiempo. Hecho con datos de blockchain.info
Sin embargo, y más allá de usar Bitcoin para guardar mis ahorros, lo que realmente me emociona es pensar que el hecho que Bitcoin exista implica que ya no necesitamos ningún tipo de institución para ponernos de acuerdo, incluso para algo tan complejo y delicado como formar una economía.
¿Cómo cambiará esto la forma en que se organizan las empresas, el esquema bancario mundial o la soberanía de los países? ¡Ni idea! Pero lo que es seguro es que deberemos aprender a convivir con algo que no es posible “cerrar” —puesto que al ser descentralizado no hay ninguna persona o institución a la que desconectar o detener— y que tampoco podemos “desinventar”.
Mi apuesta es que la invención de un nuevo “material digital” marcará un profundo cambio en la civilización, desde cómo realizamos las cosas más cotidianas —como pagar por un helado— hasta cómo nos organizamos en sociedad. Un experimento revolucionario que avanza lenta y silenciosamente, pero sin detenerse.
Personalmente, y con ganas de ser parte de una revolución tan fascinante, me entretengo ahorrando y desarrollando productos que usan esta tecnología junto a Buda.com, donde puedes comprar y vender Bitcoins por fichas de tu banco y que podría serte un buen punto de partida.
Y tú, ¿cómo quieres participar de esta revolución?